En las calles de Ituzaingó, Corrientes, la mesa familiar se reinventa. El aroma de un guiso humeante de carcasa de pollo o el chisporroteo de unas alitas en la sartén ya no son solo recuerdos de la infancia o recetas de abuelas: son la respuesta cotidiana a una crisis que no da tregua.

El consumo de carcasa, alitas y menudos de pollo está en pleno auge, impulsado por la necesidad y la creatividad de quienes buscan llegar a fin de mes sin resignar el sabor ni la tradición.
La escena es familiar: vecinos en la fila de la pollería, eligiendo con mirada experta las piezas menos costosas, esas que antes pasaban desapercibidas y hoy son tesoro culinario. Los bajos sueldos y la inflación empujan a las familias de Ituzaingó, como a tantas otras del país, a redescubrir el valor nutritivo y el potencial gastronómico de cada parte del pollo.

Las carcasas, que alguna vez fueron consideradas descarte, ahora son la base de caldos sustanciosos y platos que llenan el estómago y el alma.
Esta tendencia no es solo un dato económico: es un reflejo de la resiliencia y la inventiva local. Cada menú adaptado, cada receta compartida entre vecinos, es una muestra de cómo la crisis puede unir y fortalecer la identidad de un pueblo.

En Ituzaingó, el pollo se convierte en símbolo de lucha y de encuentro, en un puente entre generaciones que comparten secretos de cocina y anécdotas de tiempos difíciles.
Pero detrás de esta transformación hay una pregunta que resuena en cada hogar: ¿hasta cuándo? El crecimiento del consumo de estas partes menos valoradas del pollo revela la urgencia de una realidad que golpea, pero también la esperanza de que, entre ollas y cucharones, la comunidad de Ituzaingó siga encontrando motivos para reunirse y resistir.

Porque en cada plato de carcasa, alitas o menudos, hay mucho más que comida: hay historia, ingenio y, sobre todo, un profundo sentido de pertenencia.